Probamos al Jaguar F-Pace: five o'clock SUV

martes, 2 de abril de 2019



Probamos al segundo SUV de Jaguar, en este caso, al más grande de su gama, el F-Pace.
En 2018 fue el turno de evaluar al E-Pace (ver prueba). Ahora en 2019 llegó el turno de subirse al otro SUV de Jaguar, el F-Pace. Durante cinco días y por algo más de 940 kilómetros evaluamos al sport utility más grande de la casa de Coventry. Pero como es un clásico, primero el adelanto del test.

Mucho se habla de Alemania como la tierra prometida de los petrolheads pero muchas veces se olvidan que hay una nación que transpira pedigree automotriz: Gran Bretaña. Quizás esa conclusión sea hija de todas las horas de Top Gear que miré durante mi adolescencia, y tal vez de las otras que pasé leyendo revistas como "Evo", que no solo son un festín visual (esa calidad de impresión vale sus buenos mangos) sino también editorial, gracias a la pluma de los apóstoles del periodismo motor. Y sí, son todos brits: Harry Metcalfe, Henry Catchpole, Jethro Bogvindon o Steve Sutcliffe. También tienen en sus libros al que sin dudas es el mejor piloto de la historia del automovilismo, Jim Clark o al auto que sentó las bases del vehículo urbano como lo conocemos hoy: el Mini.

Los ingleses tienen un romanticismo incomparable con otras naciones sobre los automóviles. Son un país en donde la probabilidad de que salgas a la calle con un día soleado es más remota que el regreso de Pink Floyd porque sus integrantes llegaron a un acuerdo. Sin embargo, son el mercado con más vehículos descapotables por habitante. Según un informe recopilado por el diario "The Telegraph" (ver nota), hay un cabrio cada 25 habitantes. Y en el Reino Unido (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte), son 66 millones de personas. Saquen cuentas.


Pero esa es la forma de ver a Gran Bretaña como un punto neurálgico de creación automotriz. Para muchos otros, los resabios de su época de nación colonialista y saqueadora de culturas siguen estando en todos sus rincones. Sin ir más lejos, los británicos se apropiaron de una bebida que los define pero que no es originaria de sus raíces: el té. ¿Quién no ha escuchado el famoso "five o'clock tea" para hacer referencia a esta nación? Sin ir más lejos, es lo que usé para titular este texto, ¿no?

Tal vez mientras estés leyendo esto, estés consumiendo té incluso. Es muy probable que sea el té negro, originario de Ceylán, en Sri Lanka. Un país que fue, después de más de dos mil años de gobiernos locales, colonizado primero por Portugal y los Países Bajos a partir del siglo XVI, antes de que el control de todo el control fuera cedido al imperio británico en 1815. Y no fue hasta 1948 que lograron la independencia de los ingleses.


De esa época quedó como resabio la conquista de los ingleses sobre una de las principales fuentes de exportación de Sri Lanka, el té. Y también el inglés fue uno de sus idiomas oficiales durante esos años, pero hoy lo son el cingalés y el tamil. Fue sin darle muchas vueltas una "apropiación cultural" como está tan de moda decir ahora. Un dominio de Occidente sobre Oriente al punto tal que para el acervo popular, el té es tan inglés como Isabel II y nadie (o muy pocos) recuerda que es un producto de Sri Lanka que los británicos robaron.

Sin embargo, la industria asiática ha crecido de forma exponencial en los últimos 30 años, a tal punto que la conquista de los siglos pasados tuvo su momento de revancha sobre comienzos de los 2000, momento en que los ingleses empezaron a perder ese poderío imperial de forma más clara. Y esto puede verse de forma clara con el conglomerado Jaguar-Land Rover, dupla británica de marcas si las hay. Como es sabido, si bien son una empresa con sede en Coventry, West Midlands, Inglaterra, también son una filial del grupo indio Tata Motors desde el año 2008.


Pese a que hace algunos días JLR llegó a los titulares por despedir a 4.500 empleados producto de la caída de las ventas mundiales (con pérdidas por 90 millones de libras), en estos 11 años la inyección de capital de ese grupo hizo que Jaguar-Land Rover levantaran cabeza tras las gestiones poco fructíferas que hubo durante su momento de independencia propia, así como también como cuando estaban bajo el paraguas de Ford Group en ese intento fallido que fue el Premier Automotive Group junto a Volvo y Aston Martin. Pero no fue la única firma inglesa que dejó de tener independencia durante esos años. A tal punto que hoy quedan solo tres empresas 100% británicas: Aston Martin, McLaren y Morgan. Aunque si vamos a lo estricto, la última es la más british de la triada.

No exagero. Aston Martin firmó hace algo menos de dos años un acuerdo con Mercedes-Benz para que los alemanes los provean de motores y tecnología telemática, McLaren tiene un 56% de sus acciones bajo el control de Mumtalakat Holding, una empresa de Barhein, Rolls Royce y MINI son desde hace un buen tiempo, propiedad de BMW, Lotus es una subsidiaria de Proton Cars (malayos), Bentley está bajo el control de Audi, MG es una marca de origen chino con producción británica y Vauxhall en menos de 20 años pasó de las manos de General Motors a las de los franceses de PSA. Por eso hoy es razonable preguntarse si los ingleses perdieron su herencia automotriz como consecuencia de robarse una taza de té hace siglos atrás. Habrá que probar un SUV británico para saberlo, ¿no? Y qué mejor para saberlo que usar el primer SUV de la historia de Jaguar, el F-Pace. El test, en unos días más.