Nuestro ex-editor, Facundo Puig escribe desde Noruega para charlar sobre ciudades y movilidad. |
Las discusiones sobre el futuro de la industria automotriz están a la orden del día. Que si hidrógeno, que si electricidad, que si combustibles sintéticos. Si buscas la respuesta, segui scrolleando: aca no esta. Pero si querés saber como se siente una ciudad electrificada, editorializa al respecto un invitado: Facundo Puig.
Desde Oslo, Noruega (*) - Por una convención de distribuidores de la estrella, me tocó abandonar el calor abrazador del Caribe, e ir pasar unos días en Oslo, capital de Noruega.
Los escandinavos generan sentimientos encontrados en nosotros, los petrolheads. Por un lado, nos llevan a un mundo de rallyes en la nieve y scandinavian flicks, cuna de grandes pilotos como Timo Makinen o Ari Vatanen. Pero también sabemos que su conciencia ambiental los ha convertido en detractores del motor de combustión interna e impulsores de la electromovilidad.
Nada más llegar al aeropuerto me esperaba un EQS 450+, a modo de teaser de lo que iba a vivir en los días siguientes, en un mercado en el que el 84% de las ventas de autos nuevos son eléctricos. Si, 84%. Entrar al centro de Oslo es una experiencia inolvidable: una ciudad impecablemente limpia, ordenada y por sobre todo, silenciosa. Monopatines eléctricos, bicicletas y peatones conviven con trenes y unos pocos autos eléctricos en paz y armonía. Reina el respeto.
Salí a caminar, aprovechando unas pocas horas libres en la agenda, y llegué hasta el puerto, donde también el silencio es abrumador. Los ferrys que trasladan a los locales y turistas a través del Fiordo de Oslo también son eléctricos. No hay ruido, no hay humo, no hay vibraciones. Es como si fueran gentilmente empujados por la corriente.
El gobierno noruego lleva varios años impulsando la movilidad eléctrica. Con incentivos para la compra de vehículos nuevos, beneficios como peajes o estacionamiento gratis, y ventajas en la circulación por carriles preferenciales ¿Cruzada anti-petrolhead?
En absoluto.
Uno de los invitados a la convención era un ex ministro de transporte noruego. Cuando terminó su presentación, contando del esfuerzo de su gestión para restringir los motores de combustión interna, nos compartió una foto de su garage.
Ahí, en una típica postal escandinava con mucha nieve y árboles de fondo, convivia un SUV eléctrico con un Dodge Viper RT/10 rojo. Uno para moverse en Oslo, y otro para disfrutar por las rutas del norte. Los noruegos son apasionados por los autos de verdad tanto o más que otras culturas: pero entendieron que la ciudad no es el lugar para disfrutarlos.
Tienen claro que la producción de un vehículo eléctrico genera tantas o más emisiones que la de un auto de combustión, o que como he leído por ahí, equivale a cientos de miles de km de un vejestorio como mi W126 con motor de seis cilindros en línea. También tienen presente que, aunque cada vez menos, la autonomía puede ser una limitación. Más aún con el frío nordico, lo saben mejor que nadie.
Pero pasar una semana ahí me ayudó a ver otra cara de la moneda.
Una que incluso yo, con el proyecto del primer desembarque de EQ en America Latina en mi curriculum vitae, que se mantiene al día de hoy como ejemplo regional, nunca había logrado mirar.
No se trata únicamente de hablar de toneladas de Co2 u otros gases contaminantes. También hay algo cualitativo para valorar, y es clave. Lograron sacar los gases y el ruido de la ciudad, y la consecuencia es digna de ser admirada. Una notoria mejora en la calidad de vida de sus ciudadanos.
Entonces, ¿cuál es el futuro? No lo tengo claro, pero ojalá que se parezca a Oslo. Y mi garage, al del señor ministro.
(*) Texto e imágenes | Facundo Puig