El Rally Mercedes-Benz Classic edición XII según Autoblog

jueves, 29 de septiembre de 2016



Con ese SL 380, Autoblog compitió como navegante en el Rally Mercedes-Benz Classic edición XII.
Los pasados 24 y 25 de setiembre, Autoblog participó de la edición XII del Rally Mercedes-Benz Classic a bordo de un Mercedes-Benz SL 380 de 1985 con apenas 38 mil kilómetros de fábrica. A continuación la crónica de un navegante debutante y un fin de semana para el mejor de los recuerdos.

Cuando en los asados comento de lo que vivo, muchas veces tengo que aclarar que en el 95% del tiempo paso encerrado en una habitación aporreando un teclado y leyendo comentarios de la gente que entra a leer el sitio. Pero en el 5% restante, mi trabajo es lisa y llanamente increíble. Y compensa por el porcentaje restante de vida de claustro.

Hace un par de semanas atrás tuve la suerte de que la gente de Mercedes-Benz Uruguay me invitara a participar del Rally Mercedes-Benz Classic edición XII como copiloto. En la butaca izquierda, en tanto, iría el ex-editor de Autoblog (y por encima de ese título, hermano de la vida), Facundo Puig, que desde hace dos años, está desempeñándose en esta marca en el área de planificación de producto.


El plan era partir el sábado al romper el alba (y también el sueño) rumbo a Punta del Este para encontrarnos allí con un prístino Mercedes-Benz 380 SL R107 de 1985, especificación norteamericana, con unas 24.000 millas en el tacómetro, que pasadas a sistema métrico, son apenas 38.000 kilómetros. Y lo que es mejor: 100% original y funcional.

Al ser un rally de regularidad, había dos categorías, la FIVA (para vehículos hasta 1986, y por ende, nuestra categoría) y la segunda, Especiales, (posteriores a 1986). Cabe destacar que mi piloto/hermano ya tiene experiencia en este tipo de competencias. Pero este redactor, no. Ese fin de semana fue el debut como navegante. Y lo que es mejor: mi primer viaje en un roadster.


Otro detalle especial para aderezar más todavía el panorama: soy un enfermo fanático del SL R107. Amo ese auto. Por lo que la receta era la siguiente: gran turismo alemán clásico + con uno de mis hermanos de la vida + día de sol, pero sin calor + capota baja + rutas hermosas = disfrute total.

Nos asignaron el número 8 para competir en una categoría de 10 participantes. Y como veremos más adelante, parecía que el destino ya iba a quedar marcado desde el 0.00 del cronómetro. La primera etapa comenzó con la congregación en la entrada del local de Mercedes-Benz Uruguay en Punta del Este, y desde allí la competencia haría este recorrido: Punta del Este, Ruta 10, La Barra, Manantiales, Ruta 10, José Ignacio, Rocha, Ruta 15, y luego Ruta 10, para cerrar en La Pedrera.


Los primeros metros de la etapa ya comenzaron torcidos. Por un error del novel navegante, nos desviamos un par de cuadras. Pero sin embargo, todavía no estábamos en una etapa cronometrada. Lo que más nos importaba de todo: viajar con la capota baja. Lo que menos: la temperatura reinante de apenas 12ºC.

Empezamos a rodar por la Ruta 10 al lado de la costa entre charlas sobre autos y otros bueyes perdidos, con el viento soplándonos en la cara con la suavidad de un estibador ruso. Por suerte en 1985 la SL ya tenía climatizador automático (sí, leyeron bien) y todo el frío que quisiera interrumpir el paseo, pasaba a un segundo plano. También tenía control de velocidad crucero, pero preferimos no usarlo porque es hacerse trampas al solitario en una prueba de regularidad.


Pasados los primeros kilómetros entendí dos cosas: 1) la regularidad es mucho más simple de lo que parece, pero mucho más complicada de hacerla bien. 2) los roadsters son la mejor carrocería del mundo para disfrutar durante la primavera. No se usan en verano, hay que bajarles el techo cuando hace frío, o en su defecto, cuando está fresquito.

Comenzaron los tramos cronometrados, y el binomio de "Autoliderblog" como lo bautizamos con Puig, empezó a sentirse confiado. íbamos taqueando los mojones y referencias de la hoja de ruta con una precisión que pondría en vergüenza a un paciente de trastornos obsesivos compulsivos. Nos fijamos dos objetivos bien claros antes de partir: nos teníamos que divertir ante todo y no podíamos llegar últimos bajo ningún concepto.


Para los ajenos a este mundillo, les explico: la regularidad consta de realizar tramos determinados por la organización de un rally, respetando velocidades constantes y ciertos tiempos de llegada a una serie de puntos de control (pueden ser mojones o señales de tránsito). 

El copiloto, en tanto, tiene que ir leyendo la hoja de ruta que indica todo esto y con un cronómetro marcando (o taqueando como se dice en la jerga) cada punto de control indicado. El piloto, por su parte, tiene que regular (de ahí el nombre) su conducción.


Los problemas empezaron una vez que llegamos a Rocha. Habían registros tachados, un reloj que enloqueció marcando cualquier cosa menos lo que debería, y la dupla más joven de la competencia (los únicos sub-30) desesperada tocando botones a diestra y siniestra.

Terminando la última prueba cronometrada, en la entrada a La Pedrera por Ruta 10 nos daríamos cuenta (como siempre, cuando es un equipo se colectivizan los errores) que faltaba un casillero más en la hoja de ruta. O que nos (me) sobraba una memoria del cronómetro para anotar. Mi fiel piloto resolvió el problema con una solución salomónica: "anotá la última memoria y que sea lo que Dios quiera ahora". Primero divertirse. Después, cronometrar. Siempre al firme.


Llegamos a La Pedrera con un frío tan crudo, que tuvimos que poner la capota a regañadientes. Eso sí, toda la etapa la hicimos con el techo bajo. Gorro, campera y bufanda. Y que el clima fuera a dar batalla que lo esperábamos pertrechados en el cuero bordeaux del SL 380.

Tras un delicioso plato de ñoquis caseros y un regordete panqueque de dulce de leche del Restaurante "Don Romulo" La Pedrera, emprendimos el viaje de regreso a Punta del Este para devolver al SL a Mercedes-Benz e irnos a dormir, para a la mañana siguiente encarar la etapa dos.


El domingo amanecimos con el mismo frío que nos había dado su gélida bienvenida en La Pedrera un día antes. A las 9 de la mañana llegamos al museo "La Antigua Estación" de Punta del Este, para desayunar algo que entibiara el alma antes de partir a la ruta nuevamente, y también apreciar ese pequeño pero hermoso garage-museo que se esconde en un subsuelo puntaesteño.

Una hora y media después, con el tanque lleno de medialunas y café caliente, partíamos a la segunda etapa del rally. Comprendía el siguiente recorrido: Punta del Este, Ruta 12, Ruta 9, Pan de Azúcar, Ruta 12, Ruta Interbalnearia, y culminaría en el Aeropuerto Laguna del Sauce para el almuerzo y entrega de premios.


Antes de salir, la organización entregó los resultados parciales de competencia, es decir, los del primer día. El "Autoliderblog Team" consiguió un digno octavo puesto. Que sería más digno si nuestra categoría no estuviera compuesta de solo diez participantes. Penalizamos con 14,63 puntos. El primer binomio, en tanto, 0,43. El domingo había que mejorar todo. Como sea. Pero seguir pasándola bien entre amigos fierreros.

Música en la radio, viento en la cara (casi brisa) y un sol digno de los últimos días del verano. Todo pintaba mejor que el sábado, incluyendo las anotaciones del copiloto. La hoja de ruta iba sin equivocaciones, el paisaje era digno de postal (la Ruta 12 es una de las más hermosas que tenemos en Uruguay, por lejos), y el auto, una verdadera delicia.


El ronroneo suave y ronco del 3.8 V8 y sus 155 cv (por ser yankee spec, los europeos supieron tener hasta 218 cv en su época) de potencia era encantador, y el empuje que tenía para un auto con 31 años en sus espaldas, era tal que le pondría los pelos de punta a más de uno. Mi amor por el R107 crecía con el paso de las horas y cada vez me ponía más triste tener que terminar la etapa ese domingo. Es un auto ideal para hacer un rally de una semana entera. No cansa, no aburre, no para de entregar potencia, y lo que es mejor: pocas veces te puede dejar tirado.

Llegando al final de la segunda etapa, quedaba una sola memoria para ingresar en el registro y un solo casillero en la hoja de ruta. Por lo menos en eso no había errado nada. Check point número 70 en la bolsa, apretón de manos entre piloto y copiloto, devolvimos el cronómetro y los registros, para irnos rumbo al almuerzo en el Restaurante View Point del Aeropuerto Laguna del Sauce.


Luego de un ojo de bife tan jugoso y tierno, que reconvertiría al más radical de los veganos, se empezaron a repartir los cinco primeros premios de cada categoría. Primero fue la de Especiales, que la ganó una dupla femenina (que no salía de su asombro ni felicidad) con un SL R129, mientras que la segunda, es decir, la que participábamos, se la quedó una pareja que manejaba un SL R107 como la nuestra, pero que llevaba entre otras cosas, un tercer copiloto: un simpático perro salchicha.

Aplausos a los ganadores, café de despedida, y la hora de revisar las planillas finales. Clasificamos séptimos el domingo, y octavos en la general de los dos días. Pero lo que es mejor, en la segunda etapa, penalizamos con 1,46 puntos. ¿El ganador? Unos imposibles 0,08. Así y todo, al lado de los 14,63 del sábado, Puig y yo nos sentíamos Carlos Sainz y Luis Moya. Además cumplimos lo propuesto: mejoramos la posición del sábado, y que si la miramos de abajo hacia arriba, es un tercer lugar (?).


Es cierto, no nos llevamos a casa ni los centros de mesa del restaurante del aeropuerto. Pero sí otras cosas más importantes (y grandes) que un trofeo o una botella de vino tinto. Lo que aprendí de toda esta experiencia (que ojalá pueda repetir en incontables veces) es que se pueden hacer dos tipos de regularidad: la que te divierte y la que buscás ganar. Con la poca experiencia que tenemos con nuestras edades (22 y 28 años), no podíamos competir a la par de tipos que hace 40 o 50 que hacen esto. De todas formas, en el primer día en uno de los tramos cronometrados, logramos penalizar 0,03 puntos, misma marca en ese especial que logró el que salió primero. Eso sí, después fue la debacle total.

Por ese motivo es que buscamos el otro camino del camino, y de paso aprender otra cosa más: disfrutar de un auto clásico al lado de un amigo fierrero, pasear al sol entre la costa y las sierras, y divertirse con todas las anécdotas que de ahora en más quedarán grabadas no solo en imágenes o en un texto como este, sino también en forma de recuerdos imborrables de ese fin de semana que guardaremos durante toda la vida en nuestra estantería de momentos geniales.